Jordi Pigem es Doctor en Filosofía por la Universitat de Barcelona, ensayista y escritor de varios libros entre los cuales destacan Buena crisis: hacia un mundo postmaterialista, Àngels y robots. La interioridad humana en la sociedad hipertecnològica, Pandemia y posverdad. La vida, la conciencia y la Cuarta Revolución Industrial y Conciencia y Colapso, que hace unas semanas ha visto la luz.
Los próximos 22 y 23 de mayo se unirá como moderador al seminario y la conferencia organizadas por The Protopia Lab donde la escritora británica, Mary Harrington, reflexionará sobre el progreso y sobre si, realmente, se trata de una creencia o de un hecho real y medible. Hablamos de estos y otros temas con él, a continuación.
Eres unos de los 135 firmantes de la Declaración de Westminster que persigue fomentar la libre expresión a la sociedad actual. Una declaración firmada por personajes como Julian Assange, Edward Snowden, Oliver Stone o Yanis Varoufakis, entre otros, pero de la que no se ha oído demasiado...
Efectivamente, en octubre del año pasado se hizo una declaración internacional con, actualmente, 135 firmantes, entre los cuales destacan personajes conocidos como los mencionados, y personas como Micha Narberhaus, fundador de Protopia Lab, y yo.
A pesar de que los firmantes de la Declaración de Westminster podemos tener puntos de vista opuestos, pensamos que necesitamos mantener un debate libre y abierto, un pilar fundamental de las sociedades democráticas. Pero, desgraciadamente, nos estamos aproximando a una sociedad con un discurso único…
Pasó, por ejemplo, con la crisis del Covid-19. Si algún científico salía a decir que se estaban tomando malas decisiones respecto a la vacunación masiva, se le silenciaba. Se llegaron a dar instrucciones a plataformas como Facebook y Twitter de que no se podían difundir mensajes de efectos adversos de la vacuna a pesar de que fueran verdad.
En la época de la Ilustración Kant hizo famosa la frase latina “Sapere aude”, que quiere decir, “Atrévete a saber”. Aquel era uno de los horizontes de la sociedad moderna, en que se querían superar las supersticiones y saber cómo eran realmente las cosas.
Cuando los gobiernos dicen que tan solo hay una única opinión y que los contrarios a ella se tienen que silenciar, tenemos un gran problema que se traduce en totalitarismo. Nosotros pedimos el libre debate, una de las peticiones que también hace Protopia Lab.
¿Por qué crees que la conversación pública se ha vuelto tan disfuncional?
Desde hace unos años vemos que el debate público está bajando. La libre expresión es la base de una sociedad libre, pero, que cada vez hay más polarización y un discurso único que se impone desde el poder.
Recientemente, se ha publicado el The Global Disinformation Index, que se presenta como la primera clasificación del mundo de medios de comunicación basada en el riesgo que el medio difunda desinformación. Aunque, en realidad, lo que hace este índice es medir hasta qué punto determinadas publicaciones se alejan del discurso dominante…
Tenemos que recuperar la conversación, expresar libremente nuestras ideas y escuchar libremente las ideas de los otros, aunque no estemos de acuerdo. Cuando no hay debate, hay más polarización porque no escuchamos qué piensa realmente el otro y porque lo piensa. Cuando el debate es subtituido por tuits breves, insultos y descalificaciones personales, se empobre la cultura y la sociedad. Conviene fomentar el debate de cuestiones importantes. Este es precisamente el objetivo de The Protopia Lab con sus “Conversaciones Protopia”.
Precisamente, en el marco de las “Conversaciones Protopía” The Protopia Lab organiza los próximos 22 y 23 de mayo un seminario y una conferencia sobre el progreso, en los que participas con la escritoria británica Mary Harrington. ¿Sobre qué temas conversaréis?
Mary Harrington tiene una perspectiva muy crítica con la idea de progreso. Se pregunta hasta qué punto el progreso es un hecho o una simple creencia. Y ella constata, como yo también lo he hecho, que si bien hemos progresado mucho en cuestiones materiales, comodidades físicas y prodigios tecnológicos, no está nada claro que nuestras vidas hoy sean más llenas, más relajadas, más cultas, más autónomas y creativas.
Cuando empezó la revolución de las nuevas tecnologías de la información, se suponía que nos llevarían a un mundo de personas más autónomas y creativas. Pero, en la mayoría de los casos, nos ha llevado a un mundo de personas más atrapadas, enganchadas y dependientes, que pierden el sentido de la orientación si solo dependen de aplicaciones como Google Maps. Por lo tanto, es muy útil que la calculadora te calcule una raíz cuadrada pero si vayamos delegando todas las funciones a la tecnología nos vayamos desempoderando.
La transformación digital ha comportado más difusión de conocimiento, pero todavía más el aumento del control. En paralelo, el conocimiento que se difunde es más de datos inconexos que de verdadera sabiduría. No se trata de volver a vivir como medios del siglo XX, pero sí de tener un poco de cordura y ver que hay tecnologías que nos llevan a un progreso, pero también otras que están al servicio de grandes corporaciones y núcleos de poder que lo que hacen es hacernos más adictos y menos autónomos. Toca plantearse si realmente esto es progreso, si queremos ir hacia aquí.
Tenemos que saber elegir qué es lo que más nos conviene. Esta idea de que nos tenemos que adaptar pasivamente a la tecnología no funciona, la tecnología tendría que estar a nuestro servicio. Tenemos que volver a coger el volante de nuestras vidas, y coger el volante implica redefinir qué quiere decir progreso.
Mary Harrington ha reflexionado mucho sobre esto. En su libro Feminismo contra el progreso, explica que a la mayoría de las mujeres el progreso tecnológico no las ha liberado, si no que las ha cosificado todavía más y pone ejemplos como los vientres de alquiler. Según Harrington, este supuesto progreso ha provocado que muchas mujeres se sientan más vacías, menos libres y más desarraigadas ahora que antes. Y esto no se aplica solo a las mujeres sino al conjunto de la población. De esto precisamente hablaremos los próximos 22 y 23 de mayo en el marco de las "Conversaciones Protopía".
En materia medioambiental ¿cuáles tendrían que ser los límites del progreso?
Los límites los pone la naturaleza misma. Hay unos ciclos de la biosfera que no podemos alterar más allá de cierto punto sin causar altibajos importantes. Entre las muchas formas de crisis que tenemos flotanco a nuestro alrededor hay zonas potenciales de crisis ecológica.
Y, la más grave no son las emisiones de C02, que forman parte del metabolismo de la biosfera, y en cambio, es donde se ha puesto el foco. Hay cosas mucho más graves como los microplásticos, y las centenares de miles de nuevas sustancias que hemos producido desde la revolución industrial, la mayoría de las cuales no son fácilmente compatibles con el metabolismo de la biosfera. Ya existen muchos estudios científicos que evidencian que este es un problema mucho más grave que el de las emisiones de CO₂ pero, en cambio, no se habla. En esta línea, todo el discurso sobre el Vehículo Eléctrico oculta el hecho del gran impacto ambiental de su fabricación, y también silencia el hecho que la mayor parte de las emisiones nocivas del CO₂ de un vehículo no salen de tubo de escape si no del desgaste de los neumáticos.. Por ello, un Vehículo Eléctrico como pesa más todavía, desgasta más las ruedas y tiene aún un mayor impacto sobre el medio ambiente…
Lo preocupante es que hay un discurso único sobre el tema de sostenibilidad. Yo vengo del mundo de la ecología, pero entendida como elemento de conexión vital con la naturaleza. Ahora solos se habla de sostenibilidad, un concepto abstracto, tecnocrático que está orientado a resultados numéricos.
¿De todo esto hablas en tu nuevo libro Conciencia o Colapso?
Estamos en una sociedad donde, posiblemente, el bien más importante es la capacidad de atención de las personas, de encontrar un sentido al mundo. Pero, desgraciadamente, esta capacidad está siendo muy erosionada por el impacto de las pantallas y de la aceleración del mundo de actual. Tenemos muchos más datos a nuestro alcance, pero menos conciencia y sabiduría. Hay varias formas de colapso que se tambalean.
Se han abandonado prácticas de sentido común como, por ejemplo, ceder el asiento a las personas mayores en metro, en un mundo donde la energía juvenil se impone. Parece que el pasado ya no sirva para nada; no hay que leer los clásicos, solo importa el futuro. No se trata de anclarse en el pasado pero sí de encontrar un equilibrio y aprovechar las cosas del pasado que funcionaban cómo, por ejemplo, los clásicos de la literatura o del arte.
El mundo que habíamos construido pende más que nunca de un hilo. Tenemos que saber elegir qué es lo que más nos conviene. Tenemos que volver a coger el volante de nuestras vidas, y coger el volante implica redefinir qué quiere decir progreso.
En el libro, me baso en toda una enorme investigación de neurociencia de los últimos 20 años, que muestra que la mente humana tiene dos formas. Una, que es la mente algorítmica, que permite calcular y clasificar, y es muy útil pero que las máquinas pueden hacer mejor, y la parte humana que tiene que ver con la sensibilidad ética, estética, la empatía y la intuición, una forma de conocimiento mucho más profunda que el razonamiento. Y todo esto, lo estamos dejando de lado puesto que estamos basándolo todo en las tecnologías.
Os invito a asistir a los eventos organizados por The Protopia Lab para seguir reflexionando sobre un tema tan necesario como apasionante.
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